11 de junio de 2008

Décima etapa


Décima etapa: Triacastela-Melide.

Un día más, dejamos a los peregrinos recoger sus equipos mientras nosotros disfrutamos de unos breves minutos más de cálido y confortable descanso en nuestras literas, pero al rato, el momento se hace inevitable y hay que ponerse en marcha.

Hoy, el día se presenta lluvioso desde primera hora, después de preparar el equipo y disponer de lo necesario nos despedimos de Robbi, que presumiblemente, ya no volveremos a ver, bueno, quizá en algún otro camino, no muy lejano.


Enfundados en nuestros trajes de agua y después de desayunar, afrontamos la etapa de hoy con el objetivo de alcanzar Melide y, así, poder disfrutar de su fama reconocida en la preparación del pulpo a la gallega.

Así pues, con todo nos ponemos en marcha, decidimos tomar la carretera, el día no está para muchas florituras y hay muchos kilómetros de por medio, la salida del pueblo es todo bajada y, así, nos dejamos caer y, poco a poco, vamos entrando en calor.

La carretera desgasta sicológicamente debido a su monotonía, ésta, al menos transcurre por suaves collados de abundante vegetación, numerosos castaños, hayas, eucaliptos, robles y muchísima hierba para el ganado. Cruzamos numerosos arroyos y después de superar algún que otro repecho, decidimos para en Sarria a repostar, un té y algo de comer, aquí aprovecho para cambiarme de calcetines y enfundarme unas bolsas de plástico en los pies para que se mantengan secos y, es que, el agua se cuela por todas partes y, así, después de 20 km. con los pies húmedos, éstos se me han entumecido de forma alarmante.

Después de conseguir sellar mis pies, decidimos continuar por carretera, aunque tenemos que abandonar el itinerario del Camino unos cuantos kilómetros, vamos dirección Paradela, nada más salir de Sarria, primera rampa de consideración, no ha dejado de llover en toda la mañana e incluso creo que aquí lo hace con más intensidad, la carretera se empina con largas subidas, también hay largos descansos que nos permiten recuperar antes de afrontar la siguiente rampa. De esta forma, poco a poco, notamos que vamos ascendiendo, aquí cada uno va a su ritmo y nos vamos distanciando, hemos subido unos 300m. de desnivel hasta alcanzar los 700m. de cota.

Una vez arriba nos espera un peligroso descenso hasta Portomarín a los pies del río Miño, en la carretera hay poco tráfico y esto ayuda algo pero es que el agua que cae impide una visivilidad normal y las curvas se vuelven en extremo peligrosas, la prudencia se impone, aunque las ganas de disfrutar del descenso también tienen su momento, en este punto hay que tomar bien las curvas y elegir la trazada buena, es decir, aquella por donde baja menos agua. Y, es que, hay momentos que la propia carretera parece un regato. En una de las últimas curvas, una muy pronunciada a derechas, casi de 180 grados, me doy cuenta de que me cuesta tomar bien la curva y veo como me voy acercando al carril contrario de manera peligrosa, la curva se me hace interminable y por supuesto controlar la bicicleta con todo el peso se hace realmente complicado, así que, por momentos, decido no inclinarme en exceso e invadir ligeramente el otro carril, con la fortuna de que éste estaba libre y, así, retomo la trazada y continuo por mi carril, habiendo aprendido la lección.

Cruzamos el Miño y entramos en Portomarín, decidimos hacer parada y recuperar fuerzas con unas típicas empanadas gallegas, aprovechamos en el bar para entrar en calor cerca de la estufa de butano, aunque, por breves momentos, porque ahí fuera nos sigue esperando mucha agua.

Después de coger otro sello, decidimos continuar, la guía nos marca otra nueva pendiente, así que, seguimos por carretera, si es que, el día nos muestra su cara más desagradable, pero las ganas y el ánimo que tenemos superan con creces el desaliento que supone que se enfríen lo músculos y tener que volver a subirte encima de la bici y seguir pedaleando bajo una capa de agua pero, nada, no nos lo pensamos dos veces y nos ponemos en marcha.

La carretera pica hacia arriba ligeramente y, así, en pocos kilómetros subimos unos 400m. de desnivel colocándonos de nuevo en los 700m. de cota, por momentos la vegetación se vuelve más exuberante, si cabe, es increíble el color de esta tierra, el agua lo baña todo y parece que la tierra lo esté agradeciendo.

Una vez arriba el paisaje es espectacular, puedes ver los montes gallegos con las distintas espesuras de niebla bañando el horizonte, el brezo en flor, todo el colorido del campo, la soledad del camino y, así, la sensación de estar pedaleando por lugares de tanta belleza no hace sino aumentar nuestro ánimos y con ello las ganas de continuar.

En este punto del Camino, tenemos que cruzar la nacional a través de un puente, aquí el camino discurre por un suelo asfaltado de menor tamaño especial para los peregrinos y, así, la compañía de los automóviles afortunadamente desaparece. Tadeo va por detrás, así que, decido a parar a tomar un té en una de las muchas casas que hay a nuestro paso, aprovecho para entrar en calor y secar los guantes en los radiadores. Viendo que no llega decido continuar.

Intento tomar unas fotos a pesar del agua que cae, pero las pilas de la cámara han dicho basta y, es que, las vistas desde este punto son una barbaridad y, así, decido retenerlas en la retina. Poco a poco, llego a Palas de Rey, último pueblo antes de Melide, en este punto, y ya, cansado de tanto asfalto aunque sea rural, decido tomar los caminos de tierra pese al agua que está cayendo,-podréis imaginaros en qué estado se encuentran los caminos con tanta agua-, son auténticos torrentes de agua y barro pero resuelvo que la decisión ha sido la acertada, comienzo disfrutando a tope de pedalear en estas condiciones, caminos anegados y riachuelos desbordados se presentan como una auténtica aventura que salvar y me voy dando cuenta de que pedalear por los caminos rurales de tierra de Galicia es uno de los grandes alicientes que tiene el Camino,-¡cómo disfruto!, si parece que voy buscando el agua y el barro a propósito-, -ahora estoy disfrutando como un niño-, me digo, bajo por torrentes de agua, atravieso zonas de mucho barro y, de esta forma, voy notando que el cuerpo pese al agua y la humedad está cogiendo buena temperatura, decido comer algo por si acaso, y me dejo llevar por la magia de este entorno.

El día es gris y desapacible, pero me doy cuenta, de que estoy disfrutando como nunca, me permito el lujo de parar en una pequeña ermita a coger un nuevo sello y, es que, por momentos pienso,- ¡si es que realmente no quiero llegar, quiero que esto continúe así, quiero seguir disfrutando de esta manera!-, más adelante paro en un pequeño albergue, a ver, si Tadeo me alcanza, mientras, tomo un té al lado de una estupenda lumbre,- momento de gloria, calentándome las manos al fuego-, decido continuar antes de que se enfríen los músculos, fuera llueve, hay barro y mucho agua, pero tengo la sensación y el privilegio de disfrutar de ello y, así lo hago, noto que la sonrisa me ilumina y que nada puede entorpecerme en este momento, realmente este tramo es gloria pura y es que subo las lomas con las piernas a tope, cruzo aldeas espectaculares, atravieso puentes desbordados de agua, miro el paisaje a mi alrededor y pienso,- ¡si es que, realmente no quiero llegar nunca!-.

Y, así de esta manera, me voy acercando a Melide e irremediablemente al final de la etapa de hoy. El equipo de agua ha funcionado a la perfección, llevo barro hasta en las orejas, pero la satisfacción llena mi cuerpo, las sensaciones son increíbles y me encuentro exultante.

Ya en Melide, cruzo el pueblo y busco el albergue, pienso en la ducha que me espera y en el pulpo a la gallega que pondrá la guinda a esta jornada.

Nada mas llegar al albergue, una peregrina catalana, Sandra se llama, me dice que mi compañero ya ha llegado, éste me cuenta que en el cruce con la nacional se ha equivocado y ha tomado la general, en fin, aun tenemos una etapa más para disfrutar.

Y de esta manera con Sandra y un grupo de Cartagena, decidimos salir a cenar nuestro soñado pulpo a la gallega,- y es que traemos esta idea desde que dio comienzo nuestra aventura-, y así, pulpo, gambas al ajillo, bacalao, postres, etc.etc., nos pegamos un homenaje de primera,-estos cartageneros saben lo que se hacen-, nos decimos.

Y así, después de charlar y echarnos unas risas decidimos recogernos antes de que nos cierren el albergue que hay que descansar, porque después de todo, mañana toca entrar en Santiago.

Un último vistazo al cuenta y este marca: 5 horas 54 minutos de pedaleo y 87,36 kilómetros recorridos y mañana, la gloria.

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