1 de julio de 2008

Los 10000 del soplao.


Crónica de los 10000 del soplao.

(165 Km y 4400m de desnivel acumulado.)

Nos presentamos en Cabezón de la Sal (Cantabria) el sábado 24 de Mayo a eso de las 7:45 de la mañana, algo tarde, la salida está prevista para las 8:00, total que vamos con la hora justa, hay que montar las bicicletas y prepararse, lo primero que me viene a la cabeza es que no se puede llegar a una prueba tan larga como ésta con prisas, (José se dejaba el casco encima del coche), se veía venir, a las 8:11 pasamos por la salida para activar el chip, lástima que nos hayamos perdido la salida,-ahora, ya en casa, la he visto en video colgada de Internet-.


De salida, vamos achuchando para coger la estela de los últimos y no quedar cortados, en este instante pienso en,-¿por qué no habremos venido con tiempo de sobra?-, en fin, primera prueba del día, por lo menos en mi caso, es superar el hecho de nuestra impuntualidad, consigo afrontarlo comos si de una dura rampa se tratase, no puedo olvidar de que es la etapa más larga a la que me enfrento y, ya, de salida hay que ir recortando, ¡vaya tela!, me digo. Superado los primeros kilómetros vamos alcanzando a los bikers más rezagados, las primeras rampas se suceden por una zona de abundantes eucaliptos donde no dudo en hinchar los pulmones de la fragancia que desprenden, el día está nubloso y por momentos caen las primeras gotas aunque de forma moderada, en este primer tramo me pongo a la par de un venezolano hijo de emigrantes gallegos, va con otros dos compañeros que le esperan continuamente, me digo-creo que nuestro amigo va a contrapié y así, chungo-, me digo, después de pasar unas rampas ligeras, desde arriba podemos ver el mar cantábrico, no puedo hacer otra cosa que deleitarme con las vistas, después comienza un breve descenso por pista, en este punto ya veo los primeros problemas mecánicos, bajo bien pero conservando, una vez abajo tomamos un trozo de asfalto donde después de un breve repecho y su descenso, este algo más peligroso por el agua, aparece el primer avituallamiento en Caviedes. En este punto las sensaciones mejoran, el hecho de ver más bikers me motiva, noto que voy dejando la cola del grupo aunque sea de forma lenta.

Después de coger unos plátanos y agua, decido meterme unas bolsas de plástico entre la zapatilla y el calcetín,- en el camino aprendí que los pies y el agua no se llevan bien-, así que, no estoy dispuesto a tener que abandonar por coger humedad en las extremidades, me enfundo las bolsas y continuo.

Desde aquí tomamos un ligerísimo descenso hasta tomar una pista donde, en un cruce, un cartel indica “Empieza lo bueno”,-¡que cachondos!-, me digo, -no será para tanto-, empiezo con todo el desarrollo, el camino es un barrizal que pica hacia arriba como un demonio, subo controlando la bici a duras penas, el barro es líquido y la rueda patina de lado a lado, la pendiente no ayuda en absoluto, creo que consigo subir unos cien metros cuando me doy realmente cuenta del panorama, el camino se abre y veo la dantesca escena de un ingente número de bikers subiendo la rampa a pie, ahí es cuando me bajo y empujo, no tiene sentido gastar fuerzas aquí en estas condiciones, (el pueblo donde empieza este infierno se llama La cocina), -no me extraña, aquí se está cociendo algo muy gordo-, me digo, -¡vaya pastel!-.





Aquí voy adelantado a gente, subimos a pie, en el primer descanso tomo aire y relajo los músculos no es cuestión de subir hecho una furia, en ese momento veo a José, -¡coño!-, a Pablo, ¿qué pasa?, -los veo parados y enredando-, en ese momento oigo,-¡que no se puede, que no se puede no sé que!, -¡cómo que no se puede!, ¡ya estáis tirando para arriba, hostias!, y decido continuar con el calvario.





Una vez superada esta buena rampa, la gente empieza a limpiar las bicis como puede, para mi sorpresa veo a un biker echándole a la bici agua de un regato con la mano, vaya imagen, ¡de foto!, pienso que es un poco locura limpiar la bici, viendo como está el terreno es una locura mayor, ¿para qué?, después de un ligero descenso comienza por carretera la subida a El soplao, unos 400m. de desnivel donde sigo adelantando gente, la verdad, es que esto anima, pero no hay que olvidar que es un día largo y todo exceso se puede cobrar el abandono, -y eso un precio muy alto-, me digo. Dosificando, llegamos al segundo avituallamiento, aquí pillo más plátanos, agua y bebida isotónica, decido no parar mucho por que la temperatura no favorece, y el cielo parece que va a romper en cualquier momento, a mis compañeros les digo que continuo, y así lo hago.

El descenso al que me dirijo es una trampa en toda regla, surcos del agua plagado de barro ocultando todo tipo de piedras, achuchándole un poco consigo adelantar a un par de bikers en este tramo, siempre pidiendo amablemente paso, al grito pelao de, ¡paaasooo!, eso sí, expongo mucho, disfruto pero veo el peligro en cada momento, después zona de hormigón donde ponemos a prueba los frenos hasta que una vez abajo, enfilamos la carretera hacia Puente Nansa, aquí comienza el ascenso, adelanto al biker con dorsal 666 y le suelto, amigo ese es el número de la bestia y esto es el infierno, cierto es, que nos reímos para aliviar algo la dura subida, le dejo atrás y sigo pasando ciclistas hasta que me digo, -Eduardo, ¿qué carajo haces?, disfruta del día, no todos los días puedes cruzar y disfrutar de estos montes-, y así, decido en este punto saborear cada momento del entorno privilegiado en el que estamos, de la gente que te encuentras en el camino, de las espectaculares vistas, de la naturaleza que rompe con todo. Y es aquí, donde dejo de pedalear contra el crono y comienzo a saborear cada pedalada que doy.




La subida al monte Aa es una auténtica maravilla para los sentidos, las rampas son duras, tramos de hormigón ponen a prueba nuestro equilibrio, la pista de tierra pica hacia arriba con ligeros descansos y al fondo, allí arriba, consigues ver los puntos de colores que forman los biker. Subimos a ritmo hasta que un hombre nos dice que ya queda poca subida, ahí es cuando me giro y veo a mi izquierda el impresionante valle con la pista serpenteando y los bikers subiendo lentamente, al compañero de subida le comento la belleza del paisaje, le digo que hay que disfrutar de estas vistas y más los que no somos de por aquí. Así que, seguimos charlando, éste, me dice que es de Valladolid y a mi pregunta de que si ha hecho más pruebas así de duras, me dice que sí, que por el pirineo ha hecho alguna que otra, subimos dando relevos y me doy cuenta de que tiene unos gemelos enormes y muy trabajados, -este menda es un machaca-, me digo, una vez arriba paro a ponerme el chubasquero para protegerme del frío, un plátano, un trago y para adelante a disfrutar de un merecido descenso.



Sin duda, el descenso es rápido, la pista es buena y las curvas son bastantes abiertas a excepción de una, que por las rodadas, veo que a más de uno también se le ha atragantado, en fin, me vuelvo a lanzar a disfrutar plenamente del descenso, adelanto a un par de bikers, y en cuanto me quiero dar cuenta cogemos carretera dirección Casa del Monte, un lugar impresionante para pasar el día, el río, el entorno, un lujo, igual que antes se lo comento al compañero que llevo a mi lado, y así empezamos a hablar, -¿de dónde vienes le digo?-, -de Valladolid-, me dice,-a pues he visto a un compañero tuyo hace un rato, le digo, y me suelta,-pero si era yo-, ¡hostias!, le miro bien, efectivamente es él, pero hay algo raro, a pesar de tener la voz muy grave, le vuelvo a mirar y me doy cuenta de que el machaca no es un hombre, ¡es una mujer! (!), ¡santo cielos, vaya error!, ¿pero los gemelos?, vuelvo a mirar, y sí, son los mismos gemelos, pulidos y enormes, que bestia me digo. Y así los dos tiramos, llaneando, hasta que de pronto por mi izquierda veo una locomotora que nos pasa, y le digo ¡ánimo campeón!, quien podía ser sino otro que, “el Feria”, me acerco a la chica de Valladolid y le digo al oído, ¡éste es una bestia!, dejaba claro que no iba a seguirle, y así llegamos al siguiente avituallamiento.

Aquí nos dan bocatas, fruta, agua, refrescos y demás; al rato llega Pablo, que me presta el aceite y la cadena la absorbe, cual boca sedienta en mitad del desierto, estaba tiesa. Veo que la socia de Valladolid sigue y yo lo hago al momento, pero ya no la volvería a ver más, lo dicho era una auténtica máquina.

En este punto comienza el puerto de El moral, donde me armo de paciencia, sabiendo que es la primera de las tres cotas importantes del día, con mucha calma voy tirando para arriba, la vegetación es muy abundante, y éste es un síntoma claro de que queda mucho puerto por delante, nos juntamos unos cuanto ciclistas que vamos a un ritmo parecido y subimos juntos bastante tiempo. En este punto noto que alguien viene dándole duro, ¿que loco será capaz de subir así?, ni siquiera miro cuando le suelto un -¡ánimo monstruo!-, cuando me doy cuenta, de que es Pablo sorprendiendo al personal, que figura, -¡si va “sobrao”!-, me digo, y detrás me pasa la locomotora del transalándalus, ¿quién sino?, “el Feria”. Más adelante, a medio puerto noto que alguien viene a rueda, al rato se pone a mi altura y le pregunto, por esto y por aquello, y ¿de dónde vienes?,-de Gijón-, y al momento, me explica la subida, me comenta la jugada del año pasado, donde tuvo que abandonar en el kilómetro ciento y poco, -el año pasado fue una escabechina-, me comenta.

Seguimos subiendo con mucha paciencia, ya se ve el final, pero una vez arriba te das cuenta de que no hay final, de que, la pista después de un ligero descenso vuelve a picar para arriba de forma brutal, momento delicado, donde consigo armarme de más paciencia, si cabe.



El día se cierra y empieza a llover, la gente se pone los chubasqueros, y en un punto del alto, en mitad de ninguna parte oigo comentar a un grupo de ciclistas,-¡vámonos!, esto se está poniendo muy feo-, me quedo atónito ante tal comentario, cuando ciertamente se están dando la vuelta, y ya, no entiendo nada. Alzo la vista al frente y veo la pared que queda por delante esperando que, después, esté el ansiado descenso, -paciencia, paciencia…paciencia-, me digo, poco a poco, y de esta forma bajo un ligera cortina de agua, llegamos a la última curva a izquierdas, cuando, no puede ser, aun queda otro repecho, -bueno, pero este es más corto-, me digo.


Una vez arriba, hay un control de paso, donde también nos ofrecen fruta y agua, no lo dudo y me aprovisiono de todo, cuando al rato oímos por radio que los primero están llegando arriba, -no puede ser-, me digo, -¡que animales!-, efectivamente comienzo el descenso y me cruzo con el primero que ni levanta la cabeza, al rato el segundo y el tercero, ¡que salvajes!, pienso para mis adentros. Me centro en el descenso y bajo disfrutando, éste es largo y de buen piso, así que, invita a darle vida al asunto, casi abajo veo una ambulancia y mucha gente, es el puesto médico, veo a un fotógrafo y mucha gente aplaudiendo, aquí giramos a la izquierda por carretera dirección Bárcena Mayor.




Ya por carretera, el cielo se abre y sale el sol, e incluso empieza a hacer calor, así que, paro a quitarme el chubasquero y continúo, la carretera se vuelve pesada. Aquí, me empieza a entrar un hambre terrible, así que, aprovecho para comer algo, una barrita y un plátano, calmo a la fiera por un momento sé que cerca hay un avituallamiento, y así, poco a poco, nos vamos acercando a Bárcena.


Ya en el avituallamiento, no veo a éstos, así que, -no creo que los vuelva a ver hasta Cabezón-, me digo. Me meto un par de bocatas y varios plátanos, un refresco de cola que ayude con la digestión, veo a alguien que he conocido en el camino y ambos nos damos ánimos, -¡que camaradería, espectacular!-, bueno tengo el cuerpo lleno de comida y empieza la segunda ascensión importante del día, el ritmo que pongo es de infarto, me pasan ciclistas hasta que me aburro, sin duda, la sangre está en el estómago y, por le momento, no puedo hacer nada, miro el cuenta 5-6-4 km/h, vaya ritmo, hecho cuentas y a este paso calculo que tardaré 3 horas hasta el control del tiempo, bueno voy bien, tengo una hora de margen.


Subiendo muy despacio pasan los kilómetros y al poco, noto que las piernas empiezan, de nuevo, a funcionar, así que, no dudo en poner un ritmo más alegre, aquí, nos juntamos una grupeta de cuatro, un par de ellos de la zona, el año pasado todos se tuvieron que retirar, la verdad es que es impresionante, el compañerismo que hay en los grupos. Subimos de forma constante y me dicen que cuando vea una cruz, ahí está la cumbre, aquí el paisaje es un verdadero sueño, bosques de hayas y avellanos, estamos atravesando la reserva del Saja por la cual atraviesan los ríos Saja y Nansa, un verdadero placer para los sentidos. La subida es larga pero llevadera y los caballos y vacas nos acompañan en nuestra ascensión. En este punto nos pasa un canario que no duda en darnos ánimos y decirnos que nunca hay que mirar para atrás,-que razón tiene-, me digo, además me dice que llevo la bici para enmarcarla, y es que, el barro rojizo no deja adivinar ni los colores de la bicicleta. Una vez arriba en el alto de la Cruz de Fuentes pasamos un nuevo control, aquí, paro a aliviarme y, después, me lanzo al descenso, mientras, como algo y cojo fuelle, pero el descenso invita a darle vidilla. El camino está lleno de piedras que avisan del peligro.





El descenso es corto y llegamos a una zona de asfalto que vuelve a picar para arriba, me vuelve a pasar el canario, al que había adelantado en el descenso, impresionante el amigo, con una bici de hace 15 años y sus tacos, sube como un juvenil, -¡un figura!-. La subida es corta y rápidamente alcanzamos la cumbre del Alto de Palomberas, hay niebla, así que paro a ponerme el chubasquero porque ésta no trae buenos presagios, la gente nos anima a nuestro paso, un breve descenso, un giro a la derecha y tomamos una pista de tierra, cuando de pronto, a punto estoy, de darme de bruces con el avituallamiento, pico frenos y a por fruta y refrescos, hay también un puesto de asistencia mecánica, así que, no dudo, en preguntarles que si pueden mirarme las pastillas de freno. Efectivamente, hay que cambiarlas, suerte que llevo dos juegos de repuesto, así pues, nos lo tomamos con calma, le digo al chaval que no se apure, y así, empezamos a charlar. Los pistones están bloqueados, el amigo lo soluciona en un pis-pas, cambia un juego y luego el otro, también con el pistón bloqueado, las pastillas viejas están al límite. No encuentro palabras para agradecerle la operación.

En este punto empieza una ligera ascensión hasta el alto de Venta vieja, pero es que, el estado de la pista es lamentable, el barro pastoso y pegajoso es un dolor para la mecánica y las piernas, hay que cruzar andando y a través del campo, es lo mejor. En esta parte llevo dos compañeras de viaje, también de Valladolid,-ahora me cercioro bien para no volver a confundirme-, la zona es dura pero con calma y paciencia vamos pasando hasta que una cinta nos indica el final del ascenso, otra vez chubasquero, comer algo y para abajo, aquí el descenso es amplio y abierto bajo prácticamente sólo hasta que alcanzo a la vallisoletana, sólo somos dos y las circunstancias me obligan a apurar el interior, a pesar de haber lanzado el correspondiente grito de, -¡voy por la izquieeerda!-, pero ni con esas, el susto que me llevo es de primera, al recortarme la biker por el interior, uff. Bajamos sueltos hasta los Tojos donde un paisano con una manguera a presión nos está esperando, de nuevo, le doy infinitas gracias por el detalle.


Aquí me alcanza la chavala, -que no veas como anda- y después de salvar un tramo de carretera con curvas impresionantes peraltadas al máximo y de 180 grados, llegamos a Juzmeana, punto de corte por tiempo, avituallamiento y pie del último puerto. No lo dudo, y cojo más fruta y mas líquido, me ofrecen café con aguardiente que rechazo, salgo del avituallamiento al grito de ¡gracias por todo chavales!, y es que, me doy cuenta de que la organización es de escándalo, (de buena), comienza la última ascensión, aquí subo, con un chico también de Valladolid, buena grupeta que habéis venido, le digo, me cuenta que antes de apuntarse, vinieron un fin de semana a ver el recorrido y lo hicieron en dos días, al poco, me dice que va a esperar a una compañera que cree que va algo tocada, le digo, que adelante y ánimo que ya queda poco.

La verdad es que en esta subida, ya sabes que cuando llegues sólo queda la gloria, y la verdad que esas cosas dan alas, alcanzo a la compi de antes y aguanto su rueda, porque lleva buen ritmo, pasamos a dos o tres biker y más adelante a un grupo mayor. La subida es la bajada donde nos cruzamos con los primeros, la recuerdo, y decido poner un ritmo constante sin abusar demasiado.

Una vez arriba, paro a evacuar y a dar las gracias a los miembros de la organización, aquí me junto con unos gallegos, de Vigo, hablamos un poco de todo hasta que comienza el descenso y, ahí ya, no nos volveremos a ver hasta Cabezón, me lanzo decidido al descenso, éste, está cubierto de una espesa niebla que impide una buena visibilidad, pero, es que, las ganas de disfrutar del descenso son muchas, así que, le damos alegría al asunto, el descenso es largo y agotador, una vez abajo llegamos, de nuevo, al área recreativa de Casa del Monte, un lugar privilegiado, serán cerca de las diez de la noche, y la oscuridad me obliga a encender la luz trasera, cojo carretera y empiezo a pensar lo que está sucediendo, estás acabando, vas a terminar la aventura, lo vas a conseguir, sólo queda llanear hasta Cabezón, y así, entre los ánimos de la gente y los aplausos entro en Cabezón con la emoción a flor de piel, las lágrimas humedecen mis ojos ante las muestras de cariño de toda la gente, entro sólo al pueblo, pero arropado como nunca. Ya en el pueblo una curva a derechas, otra a izquierda y al fondo la meta, saludo a la gente y lo primero que hago al cruzar la línea de meta es felicitar al miembro de la organización que me recibe para el control, enhorabuena,-le digo-, ( ¡que “grandes” son estos tíos del norte, joder!), me dirijo a la carpa a comer algo y recuperar, la emoción es palpable en el ambiente, la gente está volcada, y así, -es un verdadero lujo-, me digo.

Sin duda, esto hay que repetirlo.

Al final el tiempo ha sido de 14 horas y 8 minutos, pero eso es lo de menos, la experiencia ha sido tan grande que me siento verdaderamente feliz y satisfecho.

Solo queda, agradecer a Pablo y a José Feria por hacer realidad lo que al principio no era sino una verdadera locura.

“Habiendo locuras así, para qué la cordura”.