28 de octubre de 2008

Reventón-La Granja-Cotos-El Paular


Día: Sábado 25/10/08, Hora: 9:30 de la mañana, Lugar: Monasterio de El Paular.

Puntuales a la cita nos juntamos Juanma, Pablo y el que suscribe estas líneas, la temperatura es de 4.5 grados, la ausencia de viento y un cielo despejado hacen presagiar una gran día de ciclismo de montaña.


Después de charlar de todo un poco, poner a punto las máquinas y revisar los mapas, decidimos tranquilamente ponernos en marcha. Deciros que esta ruta es nueva para los tres, algo que siempre hace aumentar las expectativas y las dosis de aventura a la hora de afrontar la jornada.

Salimos del monasterio dirección Rascafría en donde tomamos la pista que sale junto a la piscina municipal, salvando la primera portilla dejamos las calles del pueblo donde a través de una buena pista nos aproximamos a la falda del puerto de El Reventón (2073m.), techo de nuestra ruta.

A los pocos metros de empezar, la pista deja paso a un sendero estrecho cargado de piedra suelta y raíces todo cubierto de hojarasca que impide un avance normal sobre la bicicleta, deciros que esta ruta señalizada como RV-1 (creo recordar), es una vía muy transitada por senderistas y de esta forma pronto tendremos que pedir paso a un numeroso grupo de montañeros.


Las dificultades del sendero se ven compensadas por la increíble sensación que produce estar atravesando el denso y frondoso Robledal de los Horcajuelos. La luz que se filtra entre las hojas crea una atmósfera especial llena de luces y sombras, todo ello acompañado del sonido producido por nuestras ruedas al pisar el manto de hojas que cubre el camino hace que nos sintamos espectadores privilegiados de estos rincones únicos.

La exigencia del sendero nos obliga a guardar hábilmente el equilibrio para poder sortear con acierto el gran número de rocas y raíces y, así, poco a poco, ir avanzando y ganando altura.



Rápidamente la densa vegetación deja paso a grandes espacios abiertos que junto a la limpia atmósfera de hoy permiten que podamos contemplar unas vistas excepcionales del Valle de Lozoya e incluso podemos llegar a ver con gran claridad el Risco de los claveles.

Los metros se suceden y no dejamos de impresionarnos por las excelentes vistas, de esta manera, las paradas se suceden bien para retratarnos o simplemente para deleitarnos con el entorno. La pista que llevamos es más amplia y cómoda que el anterior sendero, éste zigzaguea continuamente para ganar altura. Dejamos a nuestra derecha un alto llamado El carro del diablo (1548m.), y así, siguiendo nuestro camino pronto la vegetación dará paso al matorral donde a partir de un antiguo pluviómetro empezará la parte del ascenso que exigirá de todas nuestras fuerzas y sentido del equilibrio debido al estado del terreno y a que avanzamos sobre un pedregal en un plano muy inclinado.

Sin escatimar esfuerzos alcanzamos la cima del puerto, desde aquí arriba las vistas son excelentes, la meseta castellana se extiende hasta el horizonte, la ciudad de Segovia se levanta majestuosa en mitad del espacio abierto y La granja aparece a nuestros ojos como un placentero sueño.



Después de compartir impresiones con algún montañero y disfrutar sin freno de las vistas decidimos continuar, el frío se hace sentir a estas alturas y los músculos elevan su queja, así pues, nos preparamos para descubrir la otra vertiente.


Pegados a la valla seguimos un torrente de piedras de gran tamaño, esto no es un sendero ni nada que se le parezca, en este punto hay que dejarse llevar y abrirse paso como bien se pueda. Ni que decir tiene que este tramo en sentido contrario es materialmente imposible hacerlo subido en la bici.



Después de algún que otro susto y con mucha prudencia perdemos altura hasta alcanzar una pista ancha y de buen firme donde ponemos a prueba las velocidades punta de las máquinas, la pista se hace interminable y la fatiga de dedos y brazos terminan por obligarnos a aminorar nuestra marcha.

Rápidamente nos encontramos negociando las últimas curvas antes de alcanzar el muro de los jardines de La granja, una vez abajo ponemos rumbo al centro del pueblo donde nos retratamos y observamos los rostros de extrañeza de aquellos que nos ven cruzar a lomos de nuestras monturas, aquí aprovechamos la parada para apretarnos unos bocadillos disfrutando de la buena temperatura y de los cálidos rayos de sol.


El cuenta recoge poco más 20 kilómetros pero el esfuerzo empeñado no se corresponde con la escasa distancia, ya hemos superado los primeros ochocientos metros de desnivel.

Después de un buen descanso decidimos seguir bordeando los jardines y tomamos una pista asfaltada que irá ganando altura progresivamente bordeando el macizo de Peñalara, esta carretera de montaña esconde rampas de importancia convirtiéndose en un auténtico rompe-piernas pero de una belleza paisajística inigualable.

Llegamos al cruce de los troncos en la ascensión a Cotos, donde ya sabemos lo que nos espera, cada uno se emplea como puede y sube al ritmo que le permiten las castigadas piernas.

Una vez arriba el comentario no puede ser otro - ¡¿Dónde se ha metido Víctor?!-, y es que esa aparición de hace meses en este mismo lugar ha quedado grabada en la memoria de aquellos que estuvimos en la Quedada FB (decir que se presentó inesperadamente con todo aquello que uno desea después de superar un exigente puerto, fruta, bocatas refrescos, y un largo etc. -valga desde aquí el homenaje-)



Después de un merecido descanso ponemos rumbo al refugio del Pingarrón desde donde sale primero el sendero y posteriormente la rápida e infinita pista que nos conducirá paralelos al río Lozoya, después de más de siete horas, hasta los pies del Monasterio.

Al final cerca de 55 kilómetros recorridos con un desnivel de 1950 m.

Una vez más, gracias a mis compañeros de aventuras por este impresionante día de puro ciclismo de montaña.

22 de octubre de 2008

VIII Maratón Sierra Norte

La Cabrera, 7:30 de la mañana, llueve moderadamente, después de aparcar el coche y recoger el dorsal me encuentro con Pablo y Juanma, a este último le tenemos que leer la cartilla y al primero, ya veremos. Al rato veo a Víctor. Después de montar la bici y pertrecharme de todo lo necesario salgo un poco a estirar las piernas todavía quedan 45 minutos para la salida y la temperatura obliga a no estar parados a pesar del agua que cae.



Cuando queremos darnos cuenta, ya están avisando para dar la salida, tres minutos y esto va a comenzar. Pierdo de vista a Pablo y a Víctor y trato de buscar una buena posición. La salida neutralizada es bastante tranquila solo un pequeño grupo aprieta para coger el sitio bueno, a ello, debo decir que la anchura de la carretera ayuda a que no se produzcan enganchones y demás, una vez que hemos salido del pueblo comienza lo bueno.

Primera pista donde ya vemos numerosos charcos que presagian cómo va a estar el terreno, en este punto llevo una buena posición diría que entre los quince o veinte primeros, la gente de delante tira fuerte e intento aguantar el tirón, a este ritmo todo pasa muy deprisa y apenas tienes tiempo ni de ver donde has metido la rueda. El agua y el barro no ayudan con la visibilidad lo que hace aumentar el peligro sin olvidarnos de la velocidad que imprimen los de delante. Como voy a rueda trato de aguantar el ritmo todo lo que puedo, guardando poco ya desde el comienzo.

Haciendo valer el símil de la carrera, los primeros kilómetros pasan volando, prácticamente no recuerdo los repechos y los sube-bajas del camino, sin duda, estábamos metidos en harina y nadie quiere levantar el pie. En cierto punto, sería el kilómetro 15 más o menos – luego sabréis porqué lo sé- alguien de la organización canta los tiempos de carrera, para mi asombro oigo un: - ¡Venga chavales que estáis a 2 minutos de cabeza!-…si, si, habéis oído bien. Ante tal información, para mi asombro, mi compañero de ruta y yo apretamos un poco más el ritmo. Esto da alas a cualquiera.

Seguimos pasando vertiginosamente por las pistas y senderos, la velocidad sigue siendo alta y el barro se acumula en las gafas impidiendo la visión, -he de decir que ya en este punto íbamos guapos y los pies completamente encharcados por el agua-, recuerdo que las bajadas son sumamente peligrosas por lo anteriormente dicho y porque estos caminos están llenos de piedras y de surcos producidos por las últimas lluvias. ¿Cómo reducir el peligro, sabiendo lo cerca que están los de cabeza?, es imposible, casi podemos oler sus gomas, así pues, hay que aguantar el tipo como sea.

Ni la fatiga de brazos y dedos en los descensos, ni el estado lamentable de los senderos hacen que aminoremos un ápice nuestro ritmo, así pues, no es de extrañar que suceda lo que está a punto de suceder.

En el kilómetro 17 sucede lo inesperado, lo incomprensible en estos casos. En una zona abierta y rápida noto algo raro. Esto si que, no, ¡ahora no! –me digo-…, justo en ese mismo momento comprendo que en este deporte también intervienen este tipo de infortunios…la llanta trasera…está tocando el suelo (!). Vaya faena, la rabia y la impotencia están a punto de apoderarse de mí. Cuando sin pensarlo, pongo la bici patas arriba, saco una cámara y me meto en faena, el barro y la falta de visión no ayudan mucho pero al poco estoy dándole a la bomba con todo lo que puedo, tan fuerte, que incluso tengo que parar para que el brazo y mi cuerpo cojan aire.

Una vez reparado el pinchazo no me lo pienso dos veces, la gloria se ha esfumado y solo tengo en mi poder el drama mecánico, a partir de aquí, ya no hay estrategias, no se puede pensar en contemporizar o cosas así y, de esta forma, sólo veo un camino, intentar lo imposible, empezar a darlo todo y tratar de remontar en todo momento a pesar de que estamos muy lejos de meta, escasos 65 kilómetros.

La situación ha cambiado notablemente, ahora me encuentro rodeado de bikers que, para bien o para mal, ralentizan la marcha y obligan a coger el lado malo del camino,- si es que hubiese alguno menos malo-, acoplado a la bici meto todo para poder sortear compañeros de fatiga y superar esos insondables surcos producidos por el agua. Consigo escalar alguna posición, no es una tarea fácil sino quieres poner en peligro la verticalidad de los cuerpos.

A los pocos kilómetros, calculo que menos de 10, llegamos al primer avituallamiento, aquí si que hay lugar para una estrategia…no parar. Y de esa forma adelanto a un enorme grupo, aquí, sólo aminoro la marcha para gritar a los organizadores si hay cámaras de válvula fina, ante la negativa, reanudo la marcha sabiendo que si vuelvo a tener otro pinchazo, esto se acabó.


En la primera subida importante del día –bonita zona boscosa, por cierto-, es donde el plato pequeño deja de funcionar y cuando lo fuerzo la cadena se enrosca como un animal herido, esto hace imposible coger un ritmo y un avance normal. Así, que a partir de ahora las fuertes subidas toca hacerlas con el mediano y en las muy fuertes, bici al hombro.

Después de salvar un peligroso descenso donde los brazos acumulan mucha tensión, toca llanear. El ritmo endiablado nos acerca rápidamente al siguiente avituallamiento, aquí cojo unas barritas y fruta, trago un brebaje y continúo prácticamente sin demora. La rampa que viene es una de las estrellas de la jornada y, así, después de dos pasadas de frenada, hay que echar pie a tierra coger la bici al hombro y patear. Esta subida se hace realmente dura no es muy larga pero se hace exigente y, a pie, hay que dosificar aún más el oxígeno, una vez arriba seguimos volando, esta vez, por pista, hasta el siguiente descenso.




La siguiente rampa es más larga y dura debido al tipo de terreno, rodamos por hierba que aunque no muy alta, facilita que las ruedas tengan tiempo de echar raíces. De nuevo y sin pensármelo dos veces, bici al hombro. En el siguiente descenso atravesamos un pequeño pueblo donde, de nuevo, apunto estoy de pasarme debido al estado de las flechas, la mayoría de ellas están dobladas por la humedad y no puedes ver la dirección que indican, a pesar de todo, rodamos por asfalto donde sin problemas podemos coger rápidamente una buena velocidad.

A partir de aquí, tengo que echar mano de todo el alimento que llevo y al poco tiempo termino con la reserva de agua. Un trazado sinuoso, lleno de rocas y surcos nos lleva camino del último avituallamiento, donde reposto agua y cojo algo de fruta. A partir de aquí vendrá lo más duro del recorrido, lo últimos 10 kilómetros se hacen eternos, el desgaste realizado se hace notar y ahora cualquier pequeño repecho o piedra que superar requieren de un notable esfuerzo. Aquí decido echar el resto pase lo que pase.



De esta manera intentando por todos los medios mantener la posición, cruzo la línea de tiempos, donde con un grito pregunto la posición y oigo a lo lejos, lo que creo que ha sido un …¡treinta y uno!, sería un puesto excelente de confirmarse .Y, para terminar, una merecida ducha, un buen plato de pasta y un manguerazo a la montura. Pero al margen de la posición la satisfacción me embarga y la sensación de haber dado todo y acabar delante hacen que realmente quede satisfecho por el esfuerzo realizado y sobre todo por el excelente trabajo de la organización, desde aquí gracias a toda la gente de Karakol.

Al final, después de 80 km: puesto 33 con un tiempo de 4h:54m a 40 minutos justos del primero.