17 de junio de 2008

Cuarta etapa

Cuarta etapa: Puente Duero-Medina de Rioseco.

Hoy hemos intentado madrugar algo más, pero aun así, lo hacemos a las 7:45, Tadeo ha preparado un desayuno de auténtico lujo, `pantumaca´, café y algo de fruta, -¡como reyes!-,después de recoger los bártulos y de echarle un manguerazo a las máquinas y engrasarlas, nos despedimos de Arturo, no sin antes, agradecerle infinitamente su hospitalidad, echamos algo en el vote de los donativos y dejamos escritas unas líneas en el libro del peregrino,-¡Hasta pronto Arturo, nos vemos en el camino!-.

Salimos del albergue y cruzamos el puente que salva el río Duero, observamos el caudal de este río, un verdadero espectáculo. Comenzamos a pedalear entre una nueva pinada, el suelo es arenoso y a esta primera hora de la mañana resulta extremadamente duro avanzar sobre este terreno, a nuestra derecha está la carretera, así que, después de sufrir durante largo rato, decidimos tomar el asfalto. Para nuestra sorpresa, al otro lado de la misma, vemos un carril bici, - ¡a por él! -, nos decimos.

Una pendiente favorable nos ayuda a entrar en Simancas sin muchos esfuerzos, cruzamos el río Pisuerga por su famoso puente medieval, y ello va a significar dejar el valle del Duero y adentrarnos en la comarca de: Los montes Torozos. Entramos en el pueblo y nos recibe un fuerte repecho que nos obliga a tomarnos nuestro tiempo, la mañana, el peso de la bicicleta, el cuerpo que aun no ha encontrado su temperatura, todo ello hace que mi compañero se adelante, mientras que nuestro segundo aventurero se lo toma con mucha calma, una vez arriba contemplamos un majestuoso castillo, a partir de aquí, tenemos que salvar la autovía por un paso subterráneo, en este punto tengo mis dudas sobre que dirección tomar, he dejado de ver las flechas amarillas y decido retroceder hasta la última marca que recuerdo, una vez allí, y ya más atento, encuentro la buena dirección, y así pues, continuo.

Giramos a la derecha y nos encontramos con otros peregrinos, éstos, inmóviles, nos acompañan brevemente y consiguen arrancarnos unas ligeras sonrisas. Son esculturas, que además de acompañarnos, nos recuerdan que vamos en la buena dirección.




Tras subir un collado exigente nos dejamos llevar por la pendiente hasta Ciguñuela, no sin antes pararnos en una pequeña casa común donde las puertas están abiertas a aquél que desee entrar, observamos que, -¡hasta la chimenea está encendida!-, con el frío de la mañana y el aire fresco, le digo a mi compañero,- no me lo digas, ya lo sé, pero tenemos que seguir-, y es que todo invitaba a entrar y echar un rato en tan acogedor lugar.





Después de subir una rampa alcanzamos la meseta, a partir de aquí, nuestro paisaje serán los infinitos campos de cereal y el cielo majestuoso que llega hasta donde alcanza la vista. Atravesamos Ciguñuela sin ninguna esperanza de encontrar a alguien que nos ponga el primer sello del día, es domingo, y en éstos pequeños pueblos de Castilla no se ve a nadie por la calle, salimos del pueblo dirección Wamba, después de bajar y subir los desniveles producidos por los ríos, alcanzamos de nuevo la meseta.

El cielo está nublado y amenaza agua, y un viento del norte nos acompaña e impide que avancemos de una forma normal, la meseta agrícola es el páramo, la soledad, la inmensidad, el desamparo, la añoranza. Pero también es el empuje, el coraje, la motivación y la ilusión por seguir, así pues por caminos de tierra blanda y, a veces, campo a través, continuamos hasta Wamba.

Antes de llegar al pueblo hay que salvar un descenso corto pero de fuerte pendiente, el pueblo se sitúa en un hoyo que cruza el arroyo Hornija, éste trozo lo hacemos por carretera, recordando los consejos de Arturo sobre el mal estado de la calzada romana, para las bicicletas.

Ya en el pueblo, observamos detenidamente la belleza de su iglesia y sus construcciones colindantes, la cabecera es del siglo X, el crucero y el resto es románico, nos han hablado que la iglesia esconde un impresionante osario, pero ésta, está cerrada. Así pues, continuamos.

Salimos del pueblo y el camino pica hacia arriba, dejamos a nuestra derecha la ermita del Cristo, y alcanzamos de nuevo la meseta. Una vez arriba, se nos unirá un compañero poco grato para los ciclistas, el viento, éste entra de costado casi de frente y endurece enormemente el avance, aun así, poco a poco conseguimos avanzar.





A lo lejos divisamos Peñaflor, pueblo situado en lo alto de un espolón, inmejorable su posición defensiva, para entrar en el pueblo hay que bajar un barranco pedregoso para, después, subir de nuevo todo el desnivel perdido. Una vez arriba las vistas son magníficas, pero los cuerpos se resienten de la exigente subida, así que, decidimos tomarnos un descanso y disfrutar de la panorámica, a pesar del aire frío que nos acompaña.





Después de comer algo descendemos, de nuevo, por un camino empedrado hasta el río Hornija, lo cruzamos por un estrecho puente y continuamos por caminos que discurren entre pequeñas parcelas en las que abundan los chopos, las zarzas y una espesa hierba.

De nuevo subimos a la meseta y navegamos entre los inmensos campos de cereal, aunque la siembra no está muy crecida, el movimiento producido por el viento en los tallos, nos produce la sensación, de estar surcando un enorme mar verde bajo un inmenso cielo de enormes de nubes.

Después de un largo rato de navegación, alcanzamos a ver a lo lejos, la torre de la iglesia de Castromonte, que, cual faro, nos indica la correcta dirección a seguir.

En Castromonte, también es domingo, así que, no podemos hacer nada más que continuar con nuestra andadura. Ya por carretera, atravesamos el río Bajoz, desde aquí y hasta Valverde de Campos seguiremos surcando las verdes olas del cereal castellano, la tierra comienza a ser arcillosa y los deslizamientos que provoca en la bicicleta resultan peligrosos, y así, después de una bajada, llegamos hasta Valverde de Campos.


Aquí, intentamos buscar un nuevo sello, pero resulta una tarea imposible, y es que, no hay un alma por la calle, solamente un amable vecino que nos dice que están construyendo un albergue para peregrinos pero que el alcalde vive, -¡no sé donde!-, y que no hay nada que hacer, así pues, decidimos seguir.

Después de cinco escasos kilómetros, hacemos nuestra entrada en Medina de Rioseco, entramos por la plaza mayor y el reloj nos recuerda que son las dos de la tarde y le digo a mi compañero, que -si hacemos noche aquí, nos da tiempo a apretarnos un menú-, así pues, no lo dudamos y buscamos el albergue, éste, es el puesto de socorro de la cruz roja, llamamos a Javier, el encargado de las instalaciones, que por cierto disponen de todo, agua caliente, cocina, buenas camas, en fin, todo un verdadero lujo.

Después de reponer fuerzas, decidimos descansar, y en este momento del día la paz nos embarga y pasamos momentos de verdadera calma, y es que, el esfuerzo empleado deja los cuerpos preparados para un verdadero descanso.

Después de un par de horas de calma total, decidimos salir a ver ésta pequeña ciudad, nos damos cuenta de la enorme belleza del lugar, La iglesia de Santiago, la plaza Mayor, sus calles de soportales de madera, la terminación del Canal de Castilla y un sinnúmero de iglesias y monasterios hacen de esta ciudad un lugar de obligada parada.


A esta comarca se la conoce como Tierra de Campos, aquí el tiempo parece que se haya detenido, la quietud impone su ley, y la fuerza de la rutina ejerce su dominio.

Ahora sí, después de cenar algo, nos metemos en el sobre dispuestos a descansar y recuperar fuerzas después de un largo y duro día de Camino, e igual, al que nos espera la próxima mañana.

Un último vistazo al cuenta, antes de dormirnos, y éste dice: 4 horas 28 minutos de pedaleo y 53,57 kilómetros recorridos.

Y así, nos dormimos con la idea de alcanzar mañana Sahagún, y con él, el camino francés. Pero eso será mañana, y además, serán las circunstancias que se nos presenten, las que nos indiquen hasta dónde llegaremos.

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