15 de junio de 2008

Sexta etapa


Sexta etapa: Sahagún-Villadangos del Páramo.

Oigo pasos, algún rumor, poco a poco, el ruido aumenta y me doy cuenta de que los peregrinos madrugan más que los ciclistas (o bicigrinos), pues éstos necesitan más horas que nosotros, en fin, que hay que levantarse.

Después de recoger y equiparnos, nos dirigimos a la plaza Mayor del pueblo, no sin antes, deciros, que Sahagún, aunque siendo un pueblo pequeño, posee numerosos rincones que sorprenderán a cualquiera simplemente con darse un pequeño paseo por el pueblo. (Ayer por la tarde, llegué hasta el cementerio y después de subir un pequeño puente, allá a lo lejos, las vistas me regalaron una estampa maravillosa de los Picos de Europa con sus cumbres nevadas, impresionante, todo un espectáculo después de recorrer tantos kilómetros por la meseta.)


Bueno, como os decía, íbamos camino de un bar dispuestos a desayunar. En la misma plaza entramos en uno de ellos y pedimos tostadas y té, para ir cogiendo fuerzas. El camarero, dueño del bar, un hombre de mediana estatura, de mirada amable, pelo blanquecino por el paso de los años, muy alegre y como dijo él mismo, muy feliz, pero sobre todo muy hablador, la verdad, es que, es todo halagos con los peregrinos y se nota que disfruta hablando con todos, lo hace incluso con los alemanes, y éstos, aunque extrañados no pierden la sonrisa -e imagino, que no entienden nada-, pero eso a nuestro amigo no le importa, él les repite las cosas las veces que hagan falta, pero eso sí, en castellano.-Nuestro amigo nos anima, a ver si somos capaces de encontrar en el Camino, a alguien, que hable tanto como él. (Realmente, lo dudo)-. Pedro, que así es su nombre, nos confiesa, a medida que aumenta nuestra confianza, que cuando se jubile quiere hacer el Camino, así que, desde aquí le animamos a ello y le deseamos buen camino, ¡¡Ultreia, amigo!!.

Dejamos Sahagún por un camino de tierra, preparado especialmente para los peregrinos, éste lo adecentaron el último año Jacobeo, como alguien nos contó, (se nota que aquí han invertido), son unos 30 kilómetros de camino recorridos por una hilera de plataneros en su margen, ofreciendo su amable sombra al peregrino, con continuas zonas de descanso. Por esta zona adelantamos a muchos peregrinos, reconocemos a alguno de ellos del albergue, la mayoría parecen extranjeros y empiezo a pensar, que difícilmente volveremos a sentir aquella inconmensurable soledad de la meseta, que por otra parte, era todo un placer.

Llegamos a El Burgo Ranero, pequeño pueblo de 50 habitantes y dos bares, decidimos entrar en uno de ellos a refrescarnos, y he aquí, que nos encontramos con una de esas personas singulares que pueblan el Camino, el dueño del bar, un hombre de unos 35 años, moreno de piel y también de cabellos, ojos marrones, estirado, y al igual que nuestro amigo Pedro, muy hablador, (aun recuerdo a Pedro decirnos, -difícilmente encontraréis a alguien que hable tanto como yo-, decía), pues bien, no sé si habla más, pero lo que es seguro es que habla tanto como él, (que no es poco). Total, que charlando con este hombre, nos cuenta de todo, incluso las desavenencias que tienen entre vecinos, nuestro amigo continua hablando de aquello que primero se le ocurre, habla y habla, ya nos despedimos de él, e incluso aquí, sale del bar para comentarnos la última jugada. Y así resuelvo con Tadeo que, en efecto, este hombre habla más que Pedro.

Continuamos la travesía y, poco a poco, nos acercamos a León, ya, en las afueras de la ciudad voy por delante de Tadeo a cierta distancia, y en un punto determinado, entre unas naves industriales decido esperarlo, espero y espero y no aparece, -que raro- me digo, -tampoco nos habíamos separado tanto-, le pregunto a dos ciclistas que, si han visto a un peregrino en bici, tal y tal, y éstos me advierten de que el Camino no va por aquí, que continua por la carretera, pues nada, decido retroceder y buscar la dirección correcta, en este punto me voy metiendo por la circunvalación de León, éste tampoco parece el Camino pero estando tan cerca de la ciudad decido entrar en ella por esta vía, y ya veremos a dónde llego y qué pasa con Tadeo.

Me adentro en León, una ciudad con mucho encanto, me hace gran ilusión conocer la ciudad de esta manera, pues, nunca antes había estado aquí, sigo las flechas amarillas y callejeo, se nota que aquí están acostumbrados a ver peregrinos, puesto que, paso totalmente desapercibido entre la gente, algo impensable en aquellos pequeños pueblos de Segovia o Valladolid, entro en el casco antiguo y siguiendo mi intuición callejeo hasta el centro neurálgico de la ciudad, y para mi sorpresa, justo detrás de una esquina, aparece majestuosa e inmensa…la Catedral de león, espectacular todo una sorpresa que me deja inmóvil y, por qué no decirlo, estupefacto.

Una vez aquí, y aunque no voy junto a mi compañero, no tengo la sensación de que nos hallamos perdido, solamente, pienso que, por momentos los designios del Camino han hecho que cada uno haya tomado direcciones distintas, pero estoy seguro de que el mismo Camino que nos separó nos ayudará a encontrarnos, y no pasan ni diez minutos de tener estos pensamiento, cuando, aún delante de la Catedral, giro la vista a mí derecha y… ¡allí está Tadeo!, la alegría nos invade y nos damos un gran abrazo.



Después de comentar la jugada, decidimos entrar en la Catedral y echar un vistazo, las enormes vidrieras de colores llaman rápidamente mi atención, pero el párroco está cerrando, son las 13:30. Aprovecho para dar una vuelta rápida por el interior de la Catedral y buscar un nuevo sello.

De nuevo, callejeamos por León hasta llegar a la plaza de San Marcos, bonita plaza con su escultura al peregrino. Hacemos un breve alto en el camino antes de cruzar el río Bernesga y salir de la ciudad.



Ahora toca subir, alcanzamos un alto desde donde tenemos unas vistas inmejorables de la ciudad y en donde podemos ver las numerosas cuevas-bodegas que hay por esta zona, paralelos a la carretera y dirección oeste tenemos nuestra primera avería mecánica y, he de decir que la única, un pinchazo en mi rueda delantera, en breve, solventamos la avería y continuamos, a lo largo de todo el día y a nuestra derecha, nos han acompañado las increíbles vistas de los Picos de Europa, por cierto, con bastante nieve. Después de dejar atrás un par de pueblos llegamos a Villadangos, cerca queda Puente Órbigo, y cerca ya, la Cruz de Ferro, la cota más alta de nuestro recorrido, 1500 metros de altitud.

Decidimos hacer noche en el albergue de Villadangos, el pueblo en su origen fue una ciudad astur y romana. Y según la guía, la reina doña Urraca donó este lugar al obispo de León en 1112. Tuvo un hospital de peregrinos y, deciros, que su templo posee una curiosa talla de Santiago Matamoros.

Ya en el albergue y después de una reconfortante ducha y, de recuperar fuerzas, con una improvisada merienda, decido, por fin, lavar los calcetines, una tarea que he ido postergando en el tiempo todo lo que humanamente ha sido posible, pero ahora ya, ciertamente, es una tarea urgente.

Después de charlar con los peregrinos que se encuentran en el albergue, decidimos descansar un poco antes de salir a dar un paseo por el pueblo y cenar algo.

Así pues, miro el cuenta antes de caer redondo, y éste nos dice que, hemos estado 5 horas 11 minutos de pedaleo y hemos hecho 76, 37 kilómetros, no está mal por hoy, pero ya veremos mañana que nos depara el camino.

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