19 de junio de 2008

Segunda etapa

Segunda etapa: Cercedilla-Bernardos (Segovia).

Suena el despertador de mi compañero, son las 6:45h, he pasado la noche durmiendo a ratos, fuera ha estado lloviendo con bastante intensidad durante toda la noche y el cansancio del día anterior, creo que tiene algo que ver para que no haya dormido de un tirón. –O, ¿aun serán los nervios?-

Nos despedimos de Fidencio, dejamos algo de donativo, y después de desayunar en un bar próximo a la Plaza del Ayuntamiento, tomamos dirección Las Dehesas con toda la intención de coronar el Puerto de La Fuenfría, y así, enseñar esta bella y familiar subida a mi compañero.

Según nos dirigimos al puerto me doy cuenta de que las condiciones meteorológicas son muy adversas, un grado bajo cero con nubes que impiden ver, siquiera, la mitad de la ascensión y para terminar de rematar la faena, cae aguanieve. Al mismo tiempo de girar a la derecha en el cruce que enfila la ascensión, -creo, que, antes no quise darme cuenta de la complejidad de la situación, aunque era evidente- subimos la primera rampa dejando la fuente a la derecha, y ya, el frío nos atenaza, no se puede ni intentar, es una verdadera temeridad, en este momento comprendo la situación, y me digo -no se puede subir-, así que, le digo a Tadeo, muy a mí pesar, - no se puede subir, vamos a la estación y cogemos el tren hasta Segovia-


Esperando en la estación nos damos cuenta de que es duro tener que coger el tren y no poder continuar el Camino por nuestros propios medios, pero -hay que hacerlo, si queremos continuar con nuestra aventura-, nos decimos. Ya, en la parte de Segovia la temperatura cae hasta menos cuatro grados, aparece la nieve y la sensación de frío, aun en el tren, es enorme. Con todo, resulta para mí una pequeña decepción no poder ascender La Fuenfría y deleitarnos con los miradores, de no poder despedirnos de Madrid en todo lo alto (era el techo del Camino), de no poder mostrar a Tadeo las maravillas que este rincón de la Sierra de Guadarrama guarda en su seno, y que decir, de la calzada romana viendo Segovia al fondo, y así, sucesivamente, aparecen en mi mente éstas imágenes como si realmente hubiésemos podido disfrutar de ellas.




Descendemos del tren en Segovia, el frío del norte nos deja los músculos atenazados y, es que, por momentos, recuerdo que en Segovia hace mucho frío. Tomamos dirección al Acueducto, bajando por una ancha avenida la sensación de frío se hace más que patente, y me digo- así no podemos continuar, de esta manera no vamos a ninguna parte-, en mi interior se fragua la idea de hacer noche en Segovia y esperar a que mejore el tiempo.

Continuamos. Giramos a la derecha por la Avenida Fernández Ladreda, aquí, observo a mí izquierda una pequeña iglesia de gran belleza, que ya había visto en otra ocasión y de la cual guardaba un grato recuerdo, se trata de la iglesia de san Millán, románica, y como bien debe de decir la guía, guarda grandes similitudes con la Catedral de Jaca.

Avanzamos, sorprendidos por los numerosos grupos de estudiantes franceses que visitan la ciudad, llegamos al acueducto siempre impresionante, decido no parar mucho pues el frío es brutal y seguimos callejeando en dirección a la Plaza Mayor, el frío definitivamente nos tiene comida la moral, ya en la Plaza entramos en la catedral, sellamos, y en la oficina de turismo preguntamos por el albergue para peregrinos, no hay nada (!), -algo sorprendente- si estamos en la capital de la provincia, les decimos, en fin, decidimos buscar una pensión. Mientras hacemos las gestiones, decidimos tomarnos un té y un dulce, y ojear las guías, a ver, qué nos dicen. En un instante de lucidez y claridad decidimos continuar nuestro camino, abandonar Segovia y huir de sus heladas temperaturas.

Así pues, bajamos por las estrechas calles que desembocan en El Alcázar y abandonamos la ciudad por la misma Puerta de Santiago, bajamos una fuerte pendiente de suelo empedrado hasta alcanzar la carretera y subir rampas de cierta consideración hasta Zamarramala, a mano derecha dejamos la iglesia de Vera Cruz, justo a media ascensión. Ya en lo alto Tadeo se mete en el campo –con dirección, ¡vaya usted a saber!- sorprendido, le pregunto, que: -¿qué haces?, que no es por ahí- y justo en ese instante me doy cuenta del por qué ha hecho esa maniobra. Y es que la panorámica de Segovia en ese punto es espectacular, al fondo la sierra nevada con las nubes tocando las cimas de las montañas, el perfil de la ciudad en todo su esplendor, y nosotros pisoteando los pequeños brotes de siembra de algún agricultor.


Cruzamos Zamarramala y entramos en una zona árida, seca, sin árboles ni vegetación, el viento entra del norte y, en un descuido perdemos las señales amarillas que nos guían, aun así, decidimos continuar y tratar de alcanzar Valseca, pero nos hemos ido desviando hacia el oeste y hemos acabado, por suerte, cerca de Hontanares de Eresma, después de haber atravesado una zona de abundantes encinas y fincas ganaderas, - en esta zona íbamos a la aventura, ciertamente-. Al final conseguimos orientarnos gracias a las indicaciones de dos paisanos, que nos dicen, que cojamos una carretera que nos llevará hasta Huertos y allí podremos retomar de nuevo el Camino.

En Huertos, paramos en la iglesia pero está cerrada y decidimos continuar, salimos del pueblo y el paisaje se transforma en amplios campos de cultivo con grandes zonas choperas, rodamos por anchos caminos de tierra intercalados con la antigua vía del tren, en pleno proceso de reconstrucción de la futura vía verde.

En un determinado punto cruzamos el río Eresma y tomamos dirección noroeste para adentrarnos en uno de lo numerosos pinares que hay en esta provincia, y de esa manera comenzamos a disfrutar del nuevo paisaje. Dejamos atrás ésta zona de pinos y nos adentramos por caminos vecinales a través de campos de cultivo dirección Añe, en este momento la inmensidad de los campos de cereal, el cielo de grandes nubes cubriendo el enorme horizonte y al fondo a nuestra izquierda la sierra con las cumbres nevadas, forman una escena de una belleza incomparable y, si a ello, le sumamos la sensación de estar en medio de ninguna parte, el éxtasis es total. Es realmente uno de los más bellos momentos del día y posiblemente del Camino que llevamos realizado.

Seguimos pedaleando y al fondo de los campos podemos ver como asoman las casas de Añe, éste es un pequeño pueblo que debe tener alrededor de 70 habitantes y, para que os hagáis una idea mejor, el único bar que hay en el pueblo sólo abre los fines de semana. Unos vecinos, (que casi tuvimos que sacar de casa, porque no había un alma por la calle), nos indican la vivienda del alcalde, para allá que vamos con la intención de que nos dé su hospitalidad, sabemos por la guía que hay una zona habilitada como albergue, así pues éste nos deja las llaves del albergue y nos dice: -no sé en qué estado estará-. Le preguntamos si hay algún sitio para poder comer, deben de ser cerca de las tres de la tarde, y nos dice que en Armuña seguro, éste pueblo está a 7 kilómetros, así pues, nos decidimos a ir. De camino a Armuña el hambre hace que impulsemos nuestros vehículos con mayor fuerza, el deseo de llegar se hace patente.

Para nuestra sorpresa en Armuña el restaurante está cerrado, -¡no puede ser!, ¡pero cómo es posible!, nos decimos, además el único bar que hay en el pueblo no tiene nada de comer. Aplacamos nuestra ira y preguntamos de nuevo, dónde podemos comer algo, al encargado del restaurante, éste nos dice que en el siguiente pueblo hay un bar que da menús, -¿y a qué distancia está?-, le preguntamos, -a tres kilómetros-, nos dice. Nos armamos de resignación y decidimos tirar, además no hay otra alternativa, total que a la carretera, es un continuo subir y bajar lomas que se nos hacen auténticos puertos de montaña, además el aire entra de frente, ese mismo que nos ha acompañado a lo largo de todo el día y sicológicamente no contábamos con el extra de kilómetros. Una vez en Bernardos nos damos cuenta que de tres nada por lo menos han sido seis kilómetros, la rabia nos invade pero lo primero es comer, así que, le preguntamos por la plaza a un viejuco –éste, tiene una mirada tan limpia y clara que asustaría a cualquier urbanita- nos dirigimos a la plaza del pueblo con toda nuestra intención, ya deben de ser cerca de la cuatro de la tarde.

Nos sentamos a la mesa y disfrutamos de un excelente menú casero, -la mujer después del segundo plato y viendo como ´rebañábamos` éstos, nos dice, que si queremos un par de huevos fritos, a lo que le agradecemos su ofrecimiento pero insistimos en que va a ser demasiado (creo que nos los hubiéramos comido si insiste algo más)-.

Me doy cuenta de que agradecemos todo de manera especial, y es que, el espíritu del peregrino ha encontrado su sitio en nosotros.

Decidimos quedarnos en el pueblo a dormir en el único hostal que hay y las llaves del albergue de Añe se las enviamos en un sobre al alcalde. -cualquiera hace el viaje para atrás con el estómago lleno y además, al día siguiente tendríamos que volver a andar el mismo trozo-. Decidido, nos quedamos a dormir.

Ya en el hostal ducha caliente y descanso total, más tarde un pequeño paseo por el pueblo, vemos un atardecer espectacular, y después a dormir que hay que recuperar fuerzas.

Los datos del cuenta nos dicen: 3 horas 20 minutos de pedaleo y 43 kilómetros recorridos más los 30 inevitables kilómetros del tren, en fin, ya veremos hasta donde llegamos mañana.

No hay comentarios: