10 de junio de 2008

Undécima y última etapa

Undécima y última etapa.

Hoy es el gran día, la última etapa y la entrada a Santiago, como de costumbre el ritual mañanero, los peregrinos se levantan en cabeza y, hoy, soy el último en amanecer, he tenido un sueño profundo, he dormido bien pero de distinta manera a lo normal,-¿será la emoción, o simplemente el cansancio acumulado?-, sea lo que sea, me levanto y me preparo sin olvidar de disfrutar de cada momento pues, sin duda, se trata de la gran jornada.

Así pues, me enfundo el cullotte, el maillot y todo lo demás, todo está recogido y las alforjas están preparadas, ya sólo queda preparar las monturas que hemos dejado en la parte trasera del albergue. Voy con los cartageneros a por las bicicletas, cuando, mi cabeza no puede asimilar lo que ve, no consigo creer lo que estoy viendo, -no puede ser-, me digo, es imposible, estará dentro de unos portones que tiene el albergue, miro y vuelvo a mirar, busco y no encuentro, sigo sin comprender, hasta que a la fuerza mi cabeza comienza a pensar lo peor, sigo sin querer creer, pero, poco a poco, me voy dando cuenta de lo que sucede…la bicicleta no está.

El desanimo me invade, no puedo pensar, así, como tampoco puedo encontrar ninguna explicación, siempre supe que como amante a este deporte, alguna vez podría pasar, pero cierto es, que no estaba preparado. El golpe es durísimo, me siento impotente, la rabia se apodera de mí, intento no perder la calma y mantener la cabeza fría pero la realidad vuelve para destrozarme, la bicicleta no está, ha desaparecido.

Veo a mis compañeros prepararse, me animan como buenamente pueden, pero para mis adentros me digo,-esto se ha terminado, Eduardo, recoge porque te han echado-, y así, voy asimilando el duro golpe y, poco a poco, pienso qué hacer. En esta situación, sólo puedo hacer la denuncia en la Guardia Civil y dar parte de los hechos a la Policía Local, que por cierto, éste último, me ofrece su propia bicicleta y, es que, la escena es dantesca, me han dejado vestido con todo el equipo y las alforjas en la mano. Por momentos pienso en la idea de continuar con la bici prestada, pero no, esto no era así, esto se ha terminado y lo único que puedo hacer ahora es volver a casa y ese es mi propósito, así pues, le agradezco enormemente el ofrecimiento al Policía Local y después de hacer la denuncia me dirijo a la estación de autobuses.

A Tadeo, le digo que continúe con los cartageneros hasta Santiago y que nos vemos allí, por momentos esto es lo que hacemos, una y otra vez me vienen las mismas sensaciones, ¡no hay derecho!, ¡es una injusticia!, intento llevar por dentro el golpe pero sé que mi cara lo refleja todo y es que mi estado de ánimo es profundamente desolador, prácticamente no tengo fuerzas ni para hablar.

Me dirijo a la estación de autobuses de Melide, en una hora pasa el autobús, Tadeo me dice que no continúa, que esto no era lo que habíamos hecho hasta aquí y que no tiene sentido acabar así, que habíamos llegado hasta aquí juntos y que llegar a Santiago era en cierta medida una excusa para pasar diez u once días de la manera en que lo hemos pasado, es decir, disfrutando de increíbles experiencias, de inolvidables sensaciones, de las amistades que hemos hecho a lo largo de todo el Camino, en fin, de las grandes vivencias de este Camino, que recordaré siempre. Pero el golpe ha sido mortal, el sabor que queda es muy agridulce, ayer conocí la gloria y hoy estoy en el mayor de los abismos. Intento superarlo, ya en el bus, veo a otros bicigrinos y peregrinos y éstos me recuerdan la que ha sido mi condición hasta hace bien poco, una y otra vez, me asaltan las mismas sensaciones de rabia e impotencia, intento pensar en lo buenos momentos pero a duras penas consigo levantar cabeza.

En estos momentos intento pensar en todo lo bueno que nos ha sucedido y que, ¡bueno!, no hemos llegado a Santiago, pero, ¡no importa!, el viaje podría haber tenido otro destino y posiblemente hubiese sido igual de mágico. Porque en este instante, me doy cuenta de que en el Camino está la magia pero es que el Camino eres tú mismo y la magia, hay que aprender a leerla, sea cual sea tu destino.

Ya en el bus para Santiago tengo la sensación de que me han echado del Camino de forma injusta, así que, el mejor antídoto que encuentro para no desesperar es pensar en los futuros proyectos que, ya, me rondan por la cabeza, proyectos que estoy seguro que harán que me olvide de este duro golpe y que con el tiempo ayudarán a que sólo recuerde los grandes momentos que he vivido en esta magnífica experiencia.

Una vez en la estación de Santiago, decidimos tomar el primer autobús para Madrid, éste sale en una hora, y así, decidimos tomarlo y poner rumbo a casa.

Qué os puedo decir del viaje, son 8 horas infinitas para darle vueltas a todo, una locura, consigo no pensar mucho, aunque el tiempo se vuelve eterno.

A mitad del viaje y en un momento de cierta calma interna, me digo,-¡Apóstol, si recupero la bicicleta te prometo que hago de nuevo el Camino de Santiago!-, la verdad es que nunca he sido dado a estas cosas pero he de deciros que en esta ocasión estas palabras me han salido de dentro. Ante tal reflexión no puedo callarme y lo comento con Tadeo, -las risas vuelven aparecer aunque de forma muy breve-, y así, de esta manera, conseguimos por un instante olvidar brevemente el mal trago.

Después de 8 interminables horas llegamos a la estación de autobuses de Méndez Álvaro, en Madrid, me despido tristemente de Tadeo y cojo el metro, por un instante me veo reflejado en los cristales y veo a un individuo aun con el maillot puesto, con las zapatillas de bici y cargando con sus manos lo que ha sido hasta hoy su único equipaje, las alforjas. La imagen es desoladora, es muy duro regresar con las alforjas en la mano. En fin, llego a casa y, aquí sí, aquí, la aventura ha terminado, me encuentro en el mismo punto, en el cual, hace once días daba comienzo a nuestra aventura,-que ahora, también es la vuestra-. Ya en casa me siento en la cama y pongo a cargar el móvil que he llevado apagado durante estos días, comienzo a deshacer lentamente las alforjas, éstas, aun con barro de tierras gallegas, barro de verdadera satisfacción manchado de injusticia e impotencia, ceno algo; son las once de la noche; noto que el cuerpo está muy cansado, aunque uno se ha acostumbrado, en cierta forma, a esa sensación de cansancio continuo, pero este cansancio es más pesado y se apodera de mí.

Al rato, suena el teléfono, no le doy importancia, es un mensaje, lentamente me acerco al teléfono y leo el mensaje que me avisa de una llamada que alguien ha dejado en el contestador de voz, el número empieza por 981,-¡que extraño!-, me digo,- ¿quién será?-, la idea pasa por mi cabeza como un cometa surcando el cielo,-¡no puede ser!, no te hagas ilusiones-, marco el número del buzón de voz y después de un interminable silencio, oigo una voz familiar…aquí la Guardia Civil de Melide, hemos recuperado su bicicleta.

Tras unos segundos de parálisis total,…lanzo un grito desgarrador de rabia contenida y emoción. Al instante recuerdo las palabras que dije:…”Apóstol, si consigo la bicicleta hago de nuevo el Camino de Santiago”, y así pues, con el compromiso de cumplir mi promesa, comienza el que será mi futuro Camino con dirección a Santiago de Compostela.


¡¡Ultreia, peregrino!!

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