16 de junio de 2008

Quinta etapa

Quinta etapa: Medina de Rioseco-Sahagún (León).

Suena el despertador con una violencia inusitada, con lo a gusto que se está en el saco,-¿yo?, ¡no salgo!- me digo, además estaba teniendo uno de esos sueños tan sugerentes…mmmnnn…uno de esos sueños, en los que uno atraviesa enormes campos de cultivo a gran velocidad y sin cansarse lo más mínimo. –Vamos, que mejor me levanto-.

Prepararse, ya es todo un ritual: recoger el saco, la sábana, la ropa, vestirse, lavarse, embolsar, estirar, hinchar las ruedas, engrasar…y un largo etcétera, después de todo el proceso, dejo unas líneas escritas en el libro del peregrino…-!Hasta pronto amigos y gracias por la hospitalidad!-, cierro la enorme puerta del local de la Cruz roja y tiro las llaves dentro a través de una ventana, y le pregunto a mí compañero-¿Desayunamos?-, y éste me responde- ¡Claro hommbre… ya estás tardando!-, pues nada al lío, que hay que reponer fuerzas. En este momento me viene a la cabeza la idea de que, ¡cómo comemos!, creo que nos pasamos el día comiendo y pedaleando, y así, pedaleando y comiendo, me doy cuenta de que mi cuerpo ha empezado a aprovechar cualquier partícula que pueda metabolizar y convertirla en energía, lo quemo todo.




Terminamos de desayunar en el bar de la estación de autobuses, al mismo tiempo que nos preparamos, desembarca un autobús repleto de niños dispuestos a afrontar un nuevo día de colegio, y claro está, acierto a escuchar a uno que dice-¡mira estos cómo van, a las 9 de la mañana, con la que está cayendo!-, y pienso, -eso mismo me pregunto yo (!)- un termómetro, seguro que defectuoso, marca la simbólica cifra de un grado, si, sí…un grado, ¡¡bajo cero!!.

Cruzamos Medina hasta alcanzar el camino que discurre en paralelo al canal de Castilla en su ramal sur, éste es precioso a esta hora, la bruma de la mañana emergiendo del agua, el sol intentando asomar sus tímidos rayos de luz , la silueta de una torre a lo lejos en el horizonte…y por momentos mis dedos dejan de responderme…¡qué frío!, muevo incesantemente los dedos para ganar sensibilidad, los muevo durante largo rato y prácticamente hasta que me canso de abrir y cerrar los puños, al rato noto como la sangre fluye por entre mis falanges, y así, una sonrisa de alivio hace aparición en mi rostro, bajo el forro polar que cubre mi cara.




El camino es un espectáculo, voy levantando conejos, patos y diversos animalillos que se cruzan a mi paso, imagino, que no estarán acostumbrados a que nadie les moleste a esta hora de la mañana, pero hoy no, hoy, vienen dos peregrinos madrugando.


Llegamos hasta la séptima esclusa, después de dejar atrás varios puentes, la esclusa salva el desnivel acumulado del terreno por donde se construyó el canal, en este punto, éste gira a nuestra izquierda dirección este y nosotros seguimos dirección norte, continuando en paralelo, esta vez, al río Sequillo, por un camino de tierra de buen firme hasta Tamariz.

Ya en el pueblo, las ruinas de un campanario nos reciben, he de decir que la opción que hemos tomado al venir por el canal, no es el camino original, sino, una alternativa y, que más adelante sabremos porqué.





Cruzamos el pueblo y seguimos recto, hemos dejado de ver las marcas del camino, pero, aún así, seguimos; craso error, hacemos varios kilómetros de más en dirección este, -que si, que no, que la flecha, que tu, que yo-, retrocedemos, nos hemos colado, en este momento mi compañero me comenta sabiamente que somos dos y, por tanto, dos opiniones a tener en cuenta, -momento delicado que nos recuerda que la comunicación y el compañerismo son fundamentales para llegar a buen puerto en toda aventura-, de nuevo en el pueblo tomamos el camino correcto, bueno, mejor dicho la dirección correcta, puesto que el “camino” no venía señalado en la guía-¿ y os preguntaréis por qué?-





-Pues, os responderé-, porque no se puede pedalear por caminos de arcilla, en la cual, la bici se hunde un palmo bajo el espeso barro rojo de esta tierra, en donde las ruedas se bloquean fruto del barro acumulado en la horquilla, en donde los cambios están tan embadurnados bajo los compactos bloques de tierra que se hace imposible cambiar de velocidad, y en donde la suela de las zapatillas tiene un grosor de diez centímetros mayor al normal, y es así, y por todo ello, por lo que éste camino no viene reflejado en ninguna de las guías, y por lo que resolvemos calificar como una infernal trampa para ciclistas.

En mitad del sufrimiento, recuerdo las sabias palabras que escuché decir a alguien, decían algo así: …¡¡lluvia, viento, nieve, barro y fuego…así es el Camino de Santiago!!.

De esta manera, avanzamos penosamente durante algún kilómetro hasta que, de repente, y ya, superando el duro trance, un camino se abre a nuestra izquierda, que en breve, nos llevará hasta la carretera y nos librará de la pesadilla de estos campos.

Ya en la carretera, intentamos quitar los pedazos de tierra de la bici, no se pueden ver los tacos de la rueda, increíble, -¡que desastre!-, avanzamos hasta Cuenca de Campos. En una fuente aseamos, adecentamos y engrasamos nuestras sufridas monturas. Después de tomar un té en una casa rural y reponernos de la pasada penuria, sellamos la credencial e intercambiamos opiniones con veteranos peregrinos, ahora vestidos de civil, que nos aconsejan que sigamos por carretera hasta Villalón de Campos.

Villalón es un bonito pueblo, con sus casas típicas de ladrillo y tapial, y los soportales sostenidos por un pie derecho y una zapata de madera, su famoso rollo de la justicia hecha con la piedra sobrante de la catedral de Burgos, y sus buenas gentes que nos indican la dirección a seguir.

Aprovechamos para aprovisionarnos en uno de los innumerables comercios, una vez dentro de éste, el gran número de mujeres se extraña al ver a dos individuos de tal guisa, y así, comienza el cachondeo, -que de dónde venís, que dad recuerdos cuando lleguéis, etc. etc.-, vamos, que nos echamos unas risas con las señoras.

Seguimos por carretera hasta Fontihoyuelo, aquí, decidimos coger algo de camino para esquivar el monótono asfalto, no sin antes preguntar en qué estado se encuentra para evitar nuevos sobresaltos. Así, avanzamos lentos, pero a la vez disfrutamos al máximo del increíble y solitario paisaje, así como de las numerosas garzas reales que pueblan el lugar, además de milanos, aguiluchos y una innumerable variedad de aves que dan cuenta de la riqueza ornitológica de esta tierra.


Apenas se divisa una sombra en decenas de kilómetros, y a mi cabeza asalta una pregunta, -¿qué será de aquellas pobres gentes que crucen estas tierras en época de estío?-. Y una respuesta susurra en mi oído,… ¡ese es el Camino de Santiago!.

Llegamos a Santervás de Campos, paramos para comer unos frutos secos y descansar, los desniveles en esta zona del camino no son muy importantes pero la inmensidad de los campos y los kilómetros acumulados se dejan notar en las piernas, la fatiga empieza a aparecer, así que, después de un breve descanso decidimos continuar, son cerca de las dos y media de la tarde y nos planteamos llegar a Sahagún para comer.

Así pues, dejamos atrás Melgar de Arriba, Galleguillos de campos y San Pedro de las Dueñas, aquí, hace rato que nos encontramos en la provincia de León, esto supone una inyección de moral, vemos como se suceden las provincias, y después de unos pocos kilómetros por carretera, por fin, llegamos a Sahagún de los Campos, final del camino de Madrid, aquí enlazamos con el camino francés algo que se nota nada más llegar al albergue, debido al gran número de peregrinos que encontramos en él. En este momento no puedo evitar contener la felicidad que me produce observar como hay más personas haciendo el Camino, y es que, hasta ahora sólo nos habíamos cruzado con dos peregrinos, John y su colega holandés.


Nos duchamos y a las cuatro de la tarde conseguimos que nos sirvan un exquisito menú que degustamos insaciablemente, espaguetis y carne mechada, si es que,-¡nos lo hemos ganado!-, nos decimos.

Ahora, solo nos queda tirarnos en la cama y descansar.

Por último los datos del cuenta: 68,83 kilómetros recorridos y 4 horas 34 minutos de pedaleo

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